El ejercicio de periodismo consiste en dar a conocer la realidad de las sociedades en cualquier parte del mundo, esto trae consigo la responsabilidad de que lo que se presente sea verdadero, y de serlo, el deber de asumir las consecuencias que se produzcan después. En muchos países de América Latina, ejercer debidamente el periodismo se ha convertido en una labor de vida o muerte.
Pongamos el caso de Honduras, que el 28 de junio de 2009 vio quebrantada su democracia debido al golpe de estado perpetuado contra el presidente Manuel Zelaya. Los periodistas que no estuvieron de acuerdo con dicho golpe fueron encarcelados y distintos medios de comunicación fueron cerrados a causa de su postura o línea informativa. El resultado fatal de éstos hechos fue el asesinato -recientemente- del director de una emisora de radio, cuyo caso na ha sido debidamente investigado.
Otro caso aún más reciente es el de los periodistas, camarógrafos y reporteros gráficos en México, quienes se han visto en la obligación de callar por miedo a que atenten contra sus vidas. El pasado 24 de agosto “cuatro sindicatos de trabajadores de la información y varias revistas y fundaciones de periodistas pidieron (…) acciones para frenar la atmósfera de violencia que hay en México contra los comunicadores”, “desde el año 2000 han muerto 64 periodistas y 11 han desaparecido” reseñó una nota el diario El Nacional. (El Nacional, 25 de agosto de 2010. mundo pág.10).
El caso de Venezuela es distinto, ya que los intereses que mueven la información en el país son los políticos, ¡que lamentable que sea así! , esto debido a las dos vertientes existentes: la oficial y la opositora. Cada una presenta la óptica con que ven las cosas y eso es lo que presentan al público. No es lo mismo leer las líneas del diario El Nacional, fuerte crítica del gobierno nacional, que las del Coreo del Orinoco, que enaltece los logros de la revolución, hay una marcada diferencia en sus líneas editoriales.
Teniendo en cuenta en qué terreno estamos pisando, hay que reconocer si hay o no libertad de expresión. Éste término se ha convertido en el lema de muchos en Venezuela, pero cabe preguntarse: ¿si no hubiese libertad de expresión, existieran programas de opinión tan radicales como Aló Ciudadano o El Nacional en sus editoriales todos los días?, ¿podrían los estudiantes pintar los cráteres en las autopistas en señal de protesta?
Los períodos dictatoriales en América Latina nos dan una respuesta. En la década de 1973, el gobierno democrático de Salvador Allende fue derrocado y asumieron el control el máximo mando militar encabezado por Augusto Pinochet. Diferentes revistas y publicaciones mensuales fueron clausuradas por tener columnistas y articulistas de izquierda y hasta presentadores de televisión eran custodiados por soldados fuertemente armados para que no se divulgaran los horrores que se vivían en el país. (Paula, Isabel Allende. pp. 204-252)
Con lo antes expuesto, símbolo de la cruel realidad que vivió Chile, puedo afirmar que en Venezuela sigue habiendo libertad de expresión a un nivel que muchas veces raya en el libertinaje, ¿cómo un presentador de televisión trata al primer mandatario como a un bufón?, eso es clara muestra de que aquí sí hay libertad de expresión. Aunque muchos objeten que se comenten crímenes contra tal libertad, si no la hubiera, ni siquiera pudieran decirlo. Eso sí, hay que hacer todo lo posible por mantenernos tal como estamos, no podemos permitir que se nos cercene ese derecho fundamental que actualmente no es arrebatado, sino cuestionado.
Mientras tanto, el periodismo sigue siendo una labor difícil en este país tan polarizado, hay una gran cantidad de nuevos comunicadores sociales que salen de las universidades y se encuentran con la cuestión de que no hay puestos de trabajo para ellos, entonces se ven obligados a trabajar en lo que puedan y buscar otras alternativas. A diferencia de los que ya están en algún medio y tienen que luchar día a día con “la calle” y sacar lo mejor de sí.
Espero que de aquí a unos años cambie la situación y halla más oportunidades para el periodista, y que la profesión no esté tan polarizada, eso azota a las sociedades, las divide y les deja huellas que tardan muchos años en sanar; espero que la búsqueda de la verdad no implique tantos sacrificios como ahora y que comunicar a las masas sea un deber consagrado en valoras éticos y profesionales.